Hubo un tiempo en que no existía el juego solitario frente a una pantalla sino que jugar era una verdadera celebración de la amistad y la familia. Si quieres comprar un sofá y buscas rememorar esos momentos, te acordarás de que nos colocábamos alrededor del tablero de un Parchís o un Monopoly, en un sofá cómodo o sillones de tela. Las horas discurrían entre risas, guiños y los pequeños conflictos por perder o hacer trampas. No queremos decir que esto ya no suceda, entre otras cosas porque si fuera así los fabricantes de juegos de mesa ya se habrían declarado en bancarrota, pero desde luego ya no se hace con la misma frecuencia. La irrupción de internet y los videojuegos ha supuesto un antes y un después pero queremos recuperar ese entretenimiento más tradicional en el rincón preferido de nuestra casa con 5 juegos de mesa inolvidables que para muchos marcaron una época.

El parchís

Empezamos por un clásico entre los clásicos, ese en el que las madres y abuelas resultaban casi invencibles y unas auténticas cracks: el parchís. Nunca un juego de mesa aunó sencillez, estrategia y azar con mayor acierto. De 2 a 4 jugadores, cada uno tiene un dado y cuatro fichas. El objetivo es llegar desde la casa propia hasta la meta comiendo todas las fichas que puedas de los contrarios e intentando, por supuesto, que no te coman a ti.

Su origen es muy curioso: procedente de la India, es una variación del ‘pachisi’, aparecido muy probablemente en el siglo XVI. En un principio, el tablero representaba el jardín del sultán de Brunei Abdul Momin, el centro era su trono y las fichas, metáforas de las mujeres indias más bellas que se disputaban el honor de llegar hasta él. Los dados no existían y se utilizaban conchas de moluscos que, si caían con la abertura hacia afuera, valían un punto.

La oca

Otro de esos juegos tradicionales que, desde hace décadas, se han compartido sentados en un sofá cómodo es la oca. Aquí no hay estrategia, es simplemente el azar el que va a hacer que ganemos o no la partida, por lo que no se dan las pullas y los cariñosos resentimientos que suele provocar el parchís. El éxito no depende de la voluntad de un jugador por fastidiar a otro, de ahí que sea un juego ideal para los más pequeños.

La oca data del siglo XVI y la versión más antigua conocida fue la que Francisco I de Médici, duque de la Toscana, le regaló al mismísimo Felipe II en el siglo XVI, aunque no se comercializó hasta finales del siglo XIX. Pueden participar dos o más jugadores que avanzan por un tablero en forma de espiral con 63 casillas, cada una con un dibujo que le indica cuál será su castigo (ir hacia atrás, volver a empezar o perder un turno) o su premio (saltar varias casillas o volver a tirar los dados). Por ejemplo, si uno caía en la oca avanzaba hasta la siguiente diciendo “De oca a oca y tiro porque me toca”. ¿Quién no lo ha rimado alguna vez?

El Monopoly

Con el Monopoly entramos ya en el terreno de los juegos de mesa recomendados a partir de la adolescencia. Quien ha recorrido sus casillas alguna vez no podrá olvidar las interminables partidas, llenas de altibajos, en las que nos sentíamos auténticos inversores inmobiliarios. Dicho así no parece divertido, pero quien ha jugado sabe que propiciaba momentos de mucha emoción.

Su planteamiento convierte un trabajo como el de la compra y venta de bienes inmuebles en algo lúdico. Los jugadores se van desplazando por un tablero con nombres de calles que deben comprar, hasta tener el monopolio de toda la ciudad. Para hacerlo, deberán pedir el dinero a un banco imaginario y cuando uno de los participantes cae en una propiedad de otro, tiene dos opciones: o pagar una cierta cantidad o comprarla. Nunca la especulación fue menos dañina y más entretenida.

El Scrabble

¿Te apasionan las palabras? ¿Lees mucho y tienes una riqueza lingüística de la que presumir? Pues este es tu juego. Creado por un arquitecto en paro en la época de la Gran Depresión norteamericana (años 30), consiste en formar palabras cruzadas vertical u horizontalmente sobre un tablero de 15×15 casillas. Pueden participar de 2 a 4 jugadores: cada uno de ellos dispone de un determinado número de fichas con diferentes letras con las que deben formar palabras que aparezcan en el diccionario.

Es un entretenimiento que requiere concentración, pausa y análisis, lo que lo hace ideal para disfrutarlo desde la placidez de un buen tresillo, así que si eres aficionado y te has decidido comprar un sofá de calidad, asegúrate de que sea cómodo para aguantar las partidas más largas. Las puntuaciones vienen dadas tanto por el valor de cada ficha (es más fácil poner una ‘A’ que una ‘Ñ’ en una palabra, por lo que esta última vale más, por poner un ejemplo) como por la posición de esas piezas en el tablero.

El Trivial

Otro juego que premia los conocimientos frente a la estrategia o el azar es el Trivial Pursuit, de enorme éxito en los 80 y los 90 y que ha dado lugar hasta a concursos de televisión. Tener una cultura general amplia que cubra materias tan dispares como ciencias y naturaleza, arte y literatura, deportes o entretenimiento te garantiza un buen papel, aunque a los menos avispados siempre les queda el recurso de la experiencia: de tanto jugar, pueden aprenderse de memoria las respuestas de las preguntas.

El tablero es muy simple, como una rueda con ejes formada por casillas con distintos colores, correspondientes cada uno de ellos a una categoría de preguntas. Para movernos, usamos el dado y una ficha redonda con 6 compartimentos donde vamos poniendo pequeñas cuñas (los famosos ‘quesitos’) cuando respondemos bien en una categoría que no poseemos, y así hasta completar los huecos. Gana quien llega al centro con la ficha llena de todos los colores.

En definitiva, un tablero, unas fichas y un dado nos proporcionan una diversión que no tiene nada que envidiar al más moderno videojuego. Sigamos reivindicando y disfrutando de esas encantadoras tardes, sentados en un sofá o sillón cómodo, arremolinados sobre la mesa del salón y gozando del premio más preciado: estar acompañados por la gente que queremos.